La cocina vegetariana moderna de 1912

Nos hemos hecho con un ejemplar de “La cocina vegetariana moderna“, primera edición, de Ignacio Doménech y por supuesto vamos a hacer una crítica super constructiva de este libraco de 1912. Sí, no hemos puesto mal la fecha, es de 1912. Cocina viejuna, pero bien.
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A verlooooo
Nuestro libro ha resistido muy bien el paso de los años, está muy bien conservado, pero no tiene sobrecubierta, así que pasa por cualquier cosa. A primera vista no se sabe muy bien qué es (el lomo también es un poco fino para tanto texto).
Tras un par de hojas finas como papel de fumar ya sí llegamos al título. Y por detrás, otros libros que ha escrito el mismo autor.

¿Quién es Ignacio Doménech?
Pues fue un señor que vivió desde 1874 hasta 1956 y que se hizo cocinero, gastrónomo, editor y escritor.
Empezó de pequeño en la fonda de sus tíos y con 14 años se fue a trabajar en esto de la hostelería a Barcelona. No le fue todo maravillosamente desde el principio, no os creáis. En Madrid estuvo hasta durmiendo en la calle a la espera de algún trabajito en alguno de los hoteles de moda.
Siguió trabajando y formándose, después también en París y Londres, y esta experiencia le ganó buenos puestos en la España de la época, en la que la gente pudiente pagaba muy bien a los cocineros con formación francesa.
En 1906 publica el primer número de la revista El Gorro Blanco, después de haber publicado ya un libro (“La Gastronomía”). La revista esta es la caña, tenéis casi todos los números en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional para ver online.
Publicó un buen puñado de libros más, entre ellos este del que hablamos aquí, y su trabajo fue reconocido con premios y medallas y de tó. Le gustaba mucho tanto cocinar como escribir sobre cocina, así que fue de los primeros divulgadores de alimentación que hubo por estos lares. Y no tenía instagram ni nada.
Luego hablaremos de su estilo, porque es muy viejuno, y eso nos encanta. Y no, no era vegetariano ni vegano ni nada, pero oye, si hay que hacer un libro de cocina vegetariana, pos se hace, ¿no?
Podéis leer sobre él mucho más en esta biografía de la Real Academia de la Historia.
¿Por qué escribió este libro si no era vegeta?
Porque le dio la gana. Entre otras cosas, claro.
En la época en la que editaba y publicaba El Gorro Blanco había un cierto movimiento ya palpable de personas vegetarianas en España, sobre todo en Madrid y Barcelona. En 1903 se funda la Sociedad Vegetariana Española (en 1904 empieza a circular su revista “El Régimen Naturalista“), y en 1908 la Lliga Vegetariana de Cataluña. Hay que matizar que estas primeras sociedades vegetarianas están compuestas principalmente por médicos naturistas y personas afines (propietarios de empresas de ciertos productos, por ejemplo) y están dirigidas a la población, como ellos, pudiente. Organizaban banquetes y comidas de lujo y todas esas cosas, y por supuesto cualquiera no podía permitirse la cuota (1 peseta), eso contando con que supiese leer.
En algunos números de El Gorro Blanco, ya que hablaba de cocina y gastronomía de la época, se reseñaban noticias, libros y textos sobre vegetarianismo, procedentes principalmente de estas sociedades. Por ejemplo en los números 9, 10 y 11 aparece una crónica de un banquete de la Sociedad Vegetariana Española, por Pedro Martínez, camarero del Restaurant de Fornos, muy interesante, ya que además menciona a la Dra. (a la que llama “señora”) Kingsford, que es de las primeras mujeres médicas que hubo en Inglaterra, antiviviseccionista, feminista y vegetariana.
¿Y qué dice él al respecto? En el prólogo:
Algunos de mis discípulos me decían: “qué es extraño que á {sic} los cocineros españoles no se les ocurra escribir una obra de cocina vegetariana con recetas fáciles, listas de comidas en el mismo libro, á {sic} fin de que por medio de ellas nos ayude nuestra memoria, y así inspirar más nuestras comidas con listas más variadas, dentro de la economía en general, escritas por un cocinero que las sepa guisar, como le ocurre á {sic} usted; pues en otros países, los mismo cocineros son los que confeccionan y publican las recetas culinarias. Antiguamente eran los médicos, y algunos de ellos parecía que habían combinado recetas medicinales en vez de ser puramente culinarias.
Debido á {sic} estas y otras poderosas razones he confeccionado este libro”.
Ignacio Doménech (La Cocina Vegetariana Moderna)
Vamos, que vio el nicho y lo aprovechó, por supuesto.
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Tras el prólogo, en el que explica sus razones, empieza una “Rapsodia de algunos Preceptos y Regímenes vegetarianos” subtitulada “La opinión del Dr. J. L. de Rego sobre el Malte Kneipp como alimento”. Kneipp era un anunciante muy común en las revistas y periódicos de la época, donde insertaba anuncios y publirreportajes primero sobre sus servicios de farmacia (“sucursales” en Madrid y Barcelona), y después sobre las bondades de sus productos.



Como muchas veces los artículos son en realidad publicidad, y la publicidad parecen artículos, no sabemos muy bien qué hay de convicción y qué de publicidad en este capítulo del libro.
Sobre Kneipp puedes leer cómo empezó aquí.
El caso es que en la época la nutrición, como casi todo, estaba en pañales, y uno de los descubrimientos que lo petaron fue la diastasa. ¿Te suena? ¿No? No me extraña, hoy sabemos que no es tan importante.
Dice el Dr. J. L. de Rego, que es quien escribe estas páginas (y era una opinión compartida en esa época) que la diastasa es super buena porque “transforma las substancias feculantes (arroz, patata, habas, etc., etc.), en dextrina y en glucosa; á este principio debe el Malte sus eficaces efectos y sus propiedades digestivas” y enumera en las páginas: “excelente antidispépsico”, “insustituible”, “gran poder calorífico”, “medicamento”, “tónico -reconstituyente – eupéptico – trófico directo – antidispépsico, etc.”, “sustancia apropiada para ser tomada en conocimiento y sustituir el café colonial”…
En realidad la diastasa lo que hace es degradar los almidones en componentes más básicos, que es como las digerimos normalmente. Está presente en cereales, sobre todo germinados, hongos y muchas plantas. No es un nutriente esencial ni nada de eso, pero suele formar parte de los suplementos de enzimas que se recetan para tratar trastornos digestivos.
Los pimientos Trillo
Después de contarnos lo de la diastasa, pasamos directamente a un “how to”: Cómo se guisan los pimientos Trillo, escrito en clave de humor, con indicaciones como “Cuando te encuentres en las condiciones de un monaguillo en vísperas de fiesta, cansado de tanto repicar” o “toma nota de la hora exacta en que confías al horno tan precioso depósito”. Ojalá todas las recetas así.
¿Para qué servían las sociedades vegetarianas?
Aunque no es la mejor estructura para un libro de cocina, después de lo anterior, nos va a explicar el objeto de las sociedades vegetarianas en su contexto. Recuerda, estamos en 1912.
El vegetarianismo entonces estaba totalmente ligado a los movimientos naturalistas y tenía como objetivo mejorar la salud, que “se obtiene con la higiene de aire libre, sol, baños, ejercicio y régimen alimenticio vegetariano“.
Basándose en los preceptos de estas asociaciones, nos explica que “la carne encierra los residuos de la desasimilación (…) y los productos de la descomposición (…). Todos estos son venenos activos (…). Luego el comer carne, trae por consecuencia introducir estos venenos en la sangre. (…) Está hoy probado que la carne no contiene mayor cantidad de elementos nutritivos que los demás alimentos y que, por el contrario, carece de substancias hidrocarbonadas, verdaderas productoras de la fuerza“.
Piensa que entonces se consideraba que la base de la dieta vegetariana debían ser los hidratos de carbono, por aportar gran cantidad de energía.

Puedes pinchar en la imagen para verla más grande.
“2º. La albúmina de la carne (20 por 100) se reemplaza por la de las leguminosas (25 por 100), de los cereales (10 por 100) y de las nueces (10 por 100) (…)“.
¿La albúmina? ¿No era que nos íbamos a morir sin proteínas? Sí, sí, es que en el siglo XVII se reconocía que la sangre consistía en algo que coagulaba las heridas y el suero, y en este suero se encontraron proteínas. En el siglo XIX el consenso era que estas proteínas, a las que llamaron albumen o albúmina, debían ser esenciales para la vida porque se encontraban en todas partes (sangre, humor vítreo, carne, otros alimentos…).
Hoy en día, si buscas qué es la albúmina, verás que es el nombre que se da a la principal proteína de la sangre (además de a la proteína más abundante de la clara del huevo), y que no necesitamos consumir porque la fabrica el hígado.
“5º. El régimen vegetariano hace fisiológicamente imposible la práctica del alcoholismo“.
Que te lo digan cuando las únicas opciones vegetarianas/veganas son patatas fritas, cerveza y otras bebidas alcohólicas.
“7º. (…) Definición – El vegetarismo {sic} excluye de la alimentación toda carne animal (carne ó pescado)“. No, el pescado no era entonces un vegetal tampoco.
Sirve para todo, o algo así
Tras estas explicaciones, un pequeño capítulo sobre “el régimen alimenticio de las nodrizas“, resaltando que “En Bretaña se da en abundancia la leche de avena á las nodrizas“, y en general, legumbres y cereales para aumentar la producción de leche.
Si todo esto fuera poco, sigue con un capítulo llamado “Modo de retardar la vejez” en el que nos dice que “los viejos” tienen que comer poco, con poca sal, sin especias, y no beber.
Qué hay que comer si eres vegeta
Ya, ya casi llegamos a las recetas.
Primero nos tiene que explicar qué alimentos componen una alimentación vegetariana equilibrada, ¿no? Pues a eso vamos.
“(…) comer muy pocos huevos, y éstos empleados solamente para la composición de platos ó de salsas es suficiente“. Ojo ahí, pocos huevos. Anotamos.
“Poco de leguminosas ó de productos concentrados, como los que son de varios doctores, ó macarrones, setas ó cintas“. No sabemos por qué estas recomendaciones, pero seguramente tienen que ver con la creencia de que “lo importante” son los cereales. Aunque el tema de los macarrones, cintas y setas desconcierta un poco.
“En seguida, diariamente, un plato de legumbre fresca; luego frutas“. Con “legumbre fresca” se refiere principalmente a guisantes. Hoy en día se consideran más una verdura que una legumbre por su composición.
“Por la noche es preferible una cena ligera, como, por ejemplo, patatas, castañas ó una sopa espesa; luego una ensalada ó una legumbre cocida y frutas“. Un par de platos y frutas. ¿No habíamos dicho que legumbres pocas?
Para hoteles, restaurantes y familias muy numerosas recomienda: “servir bajo este orden. Después de la sopa ó potaje se presenta un plato de legumbre fresca ó un plato de huevos, ó macarrones ó cintas; luego uno ó dos platos de cereales, dos ó tres platos de legumbres frescas, y luego, como postre, bastante variedad de frutas; de éstas unas cocidas en compota y otras al natural“. No, si no te vas a quedar con hambre. Pero ¿no había que limitar el tema legumbres, macarrones y cintas? Bueno, diremos que es un ejemplo poco representativo entonces.
“La patata es una legumbre excelente y ligera“. Ahora la patata es una legumbre, OK.
En el apartado de “sazonamientos” nos explica cómo aderezar las comidas, aunque igual te quedas un poco frío/a: se excluyen “las pimientas y especies inglesas, fuertes, quemantes, mostazas y los quesos fermentados“. Sí se puede usar, en pequeñas cantidades, sal (menos mal). Tampoco perejil, perifollo, cebolleta y estragón porque “no concuerdan bien con el sistema nervioso de algunas personas“. Tampoco hay que pasarse con el azúcar.
Sí se puede usar: zumo de limón y salsa de soja (“muy agradables é inofensivos“).
También nos dice de reemplazar la manteca de vaca por manteca de coco (“vendida bajo diversos nombres, tales como “Vegetalina”, “Laureal” y “Cocose“)”. Sin embargo, después, en la gran mayoría de recetas utiliza manteca de vaca, muchas veces junto con la manteca de coco.



Otra cosa que sí: la “manteca de d’Arachide {sic}, de avellanas ó de almendras (Nutto-Crémes)“. Vaya, no son un invento moderno, quién lo iba a decir 😛 De hecho recomienda desleírlas en agua para hacer una crema y usarla, igual que recomendamos nosotros en varias recetas.
Para las legumbres, instrucciones básicas que hoy en día deberíamos tener sabidísimas: “ponerlas siempre en remojo durante ocho ó diez horas cubiertas de agua; así se esponjan. Luego se ponen á cocer con su correspondiente sal(…)“.
Como antes consideraba la patata una legumbre, puntualizamos: no, la patata no hay que dejarla en remojo. Y no es una legumbre tampoco.
A continuación, cómo hacer un “asado vegetal“, “uno de los platos más delicados de la cocina vegetariana y que es predilecto de casi la mayoría de vegetarianos extranjeros y de muchos españoles“, que consiste en hacer una plasta una tarta apilando puré de tomate, puré de lentejas, pan tostado, mantequilla de cacahuete, especias y manteca, dorado al horno, y servido con una salsa hecha con puré de lentejas y tomates, mantequilla de cacahuete y sal. Sí, la salsa lleva los mismos ingredientes que el plato. Pa qué complicarse.
Y el libro salta de nuevo a otra explicación random de producto:
Los productos del Doctor Kellogg
El Doctor John Harvey Kellogg es el mismo de los cereales Kellogg’s. Encontrarás un montón de menciones a productos e invenciones de Kellogg en la literatura culinaria y médica de la época, porque estaba en pleno apogeo sacando productos y terapias innovadoras dentro de la corriente naturalista. Su influencia fue tal que en EE.UU. se sustituyó el jamón de los desayunos por los Corn Flakes. Pero no se quedó ahí la cosa, con Kellogg’s llegaron también las primeras “carnes vegetales” comerciales (recuerda: ya se preparaban hace muchos siglos en China pero no se fabricaban y vendían masivamente).
Eso sí, el señor Kellogg era un chungo de mucho cuidado: desarrolló “terapias” como la mutilación genital femenina (quemando el clítoris con ácido carbólico) para evitar la masturbación (porque él estaba en contra, claro), circuncisión sin anestesia, enemas de yogur, inmersiones en agua radiactiva helada… aparte de otros movidotes que podéis leer en su página de la Wikipedia.
El sr. Doménech nos indica que podemos encontrar “tres combinaciones á la base de frutas oleaginosas, que con propiedad se les pudiera llamar frutas aceitosas, á fin de reemplazar la carne estas tres preparaciones“. Tranquis, no son grasaza, son “carnes vegetales” hechas con cereales (por ejemplo gluten de trigo) y algún añadido de legumbres como cacahuetes: “Protase“, “Nuttose” y “Nuttolene“.








Por lo que hemos podido investigar, los tres productos son como la Carnita vegetal, la Viandina, el pato falso y similares. El Protose se estuvo vendiendo en EE.UU. hasta 2006, y su composición era bastante sencilla: gluten de trigo, agua, cacahuetes, aceite de soja, 2% o menos de salsa de soja (agua, sal, proteína de soja hidrolizada, sirope de maíz, color caramelo), extracto de levadura, sal, proteína hidrolizada de soja y trigo, vitaminas y minerales (niacinamida, hierro (sulfato ferroso), vitamina B1 (mononitrato de tiamina), vitamina B6 (piridoxina), vitamina B2 (riboflavina) y vitamina B12 (cianocobalamina). Vamos, que si lo quisiéramos hacer casero, aunque no sabemos sobre el proceso, al menos los ingredientes son fáciles. Hay gente que lo ha hecho, puedes verlo aquí, aquí y aquí. Ese último enlace es curioso porque está escrito por una persona que cuenta que su padre se crió con Kellogg y sus socias.
Aunque explica en estas páginas cómo cocinar con estas carnes vegetales, lo cierto es que parece que haya tenido poco o nulo contacto con ellas porque recomienda cosas como cocerlas “durante siete cuartos de hora” (1 hora y 45 minutos, nada menos), cuando vienen listas para comer.
Entramos en la zona de recetas
Primero nos da listas de comidas de una semana para cada mes del año (comida y cena x 7 días). Después viene “Explicación de las recetas de las listas anteriores“, que no concuerda con las listas y hay recetas que no aparecen en dichas listas. Vamos bien.
Tras revisar TODAS las recetas, una por una, decidimos no preparar ninguna. Si este libro se hubiese llamado “recetas con huevos” no se notaría la diferencia. Hay huevos en prácticamente todas las recetas, y para todo tipo de usos. Recordemos que antes nos había dicho que había que comer muy pocos huevos. También prácticamente todas las recetas contienen manteca de vaca, a pesar de que dijo de sustituirla por grasa de coco. Por no hablar, también, del tema macarrones, que los mete hasta en croquetas, y el omnipresente pan rallado. Y aunque queda claro en las primeras páginas que nada de alcohol ni quesos, utiliza ambos libremente en las recetas.
Las preparaciones resultan, en general, blandas y sosas. No por llevar poca sal, si no por la falta de sabor. Se ve mucha monotonía y platos repetidos en los que cambia 1 o 2 ingredientes. A nivel nutricional tampoco son gran cosa. No es que todos los platos tengan que ser completísimos, pero hombre, no me pongas de primero fideos cocidos y de segundo patata y cebolla hervida.
Las recetas no llevan lista de ingredientes, tiempos ni detalles de la preparación. Es un libro para quien ya sepa cocinar (y leer, y se pueda comprar el libro), por lo que las indicaciones son las justas para saber cómo hacerlas y cómo tienen que quedar. Esto no es algo exclusivo de Doménech, en esa época (y anteriores) las recetas se solían escribir así, ya que el público al que iban dirigidas no era el público general, principantes o amas de casa, si no más bien cocineros(/as) de restaurantes y hoteles.
Muchas de las recetas recuerdan un montón a las que aparecen en libros de cocina vegetariana anteriores en Reino Unido, como Vegetable Cookery y Vegetarian Cookery de Martha Brotherton, Penny Vegetarian Cookery de Thomas Low Nichols y otros títulos como Practical Vegetarian Cookery (1897, EE.UU.), The best vegetarian dishes I know (1910, Reino Unido), The Vegetarian Cook Book (1904, EE.UU.), etc.

Sin especias y sin enjundia
Usar pocas o ninguna especia desde luego hace más complicada la elaboración de platos sabrosos, pero para eso también tenemos una buena variedad de legumbres, hortalizas y verduras que nos pueden hacer el apaño, además de la salsa de soja.
Muchos de los platos que aparecen en el libro son sopas y purés. Si los vemos juntos nos damos cuenta de que son prácticamente la misma receta con pocas variaciones, cosa que no está mal, pero que en conjunto nos sigue dando un plato bastante insulso.
Pongamos como ejemplo los caldos de las imágenes de arriba:
- Caldo 1: cebolla, zanahoria, patata, tapioca.
- Caldo 2: zanahoria, nabo, cebolla, puerro, apio, perejil.
El segundo caldo está mucho mejor en cuanto a sabor. En el primero, la patata no aporta apenas nada de sabor, así que nos quedaría un caldo de cebolla y zanahoria con tapioca.
Después tenemos los purés, que van ligados a su correspondiente receta de caldo. Uno de los problemas de hacer estos purés es que, tras un tiempo prolongado de cocción (unas 3 horas), esas verduras están medio deshechas y desaboridas. Nada que ver con la textura y sabor que conseguimos cociéndolas solo hasta que estén tiernas. En cuanto al sabor, ambas cremas sabrán igual que el caldo, pero en versión crema. Que para guardar y usar otro día está bien, pero si miramos el contexto (1912), es poco probable que dispongamos de una nevera o congelador para guardarlo, así que hay que consumirlo en el mismo día.

Es decir, una sopa de puerro con pan rallado, una yema y mantequilla.
Los productos de Knorr son muy populares también en la época. Vendían alimentos secos como tapioca (en bolitas, para sopa, como la que venden ahora), pan rallado, copos de avena, harina de avena, crema de cebada, crema de arroz (harinas), fideos, etc.

El pan tostado y el pan rallado aparecen en un montón de recetas. Es una forma de aprovechar pan que sobra y dar algo de textura a los platos, aunque visto ahora nos parecerá un uso muy exagerado. Por ejemplo se espesan caldos, salsas, croquetas y masas con pan rallado, se sirven los purés con costrones de pan tostado, o se colocan rebanadas de pan del día anterior en el fondo de la sopera en la que se vaya a servir la sopa.
¿Pero con cebolla o sin cebolla?
Resulta un tanto curioso encontrar en el libro un par de recetas de “tortillas vegetarianas“, cuando la tortilla de patatas de toda la vida es vegetariana (no hay que sustituir carne ni nada de eso), y con la enorme cantidad de huevos que figura en las recetas:

En la primera nos dice que “las tortillas vegetarianas” se preparan con dos cucharadas de puré de legumbres, crema de arroz o avena, haciendo un engrudo con leche, al fuego, añadiendo queso, huevo, limón y perejil. Es decir, sin patatas, pero con cosas.
En la segunda, que hagas una tortilla francesa echándole migas de pan y perejil.
Y en la tercera, lo mismo que la segunda, pero el pan remojado con leche, y las claras montadas, que no se añaden a la mezcla, si no que se echan por encima cuando la tortilla ya está en la sartén.
Viendo que ya en la época se vendía harina de legumbres, se le podría haber ocurrido hacer una tortilla sin huevos pero con patatas. O al menos no calentar la harina con la leche y después añadir los huevos, porque la textura que queda de hacer eso (y el sabor), es bastante cuestionable.
Piensa también que, años después, este mismo cocinero es el artífice de la infame “tortilla de patatas hecha con lo blanco de las naranjas, sin patatas y sin huevos”, y viendo los ingredientes disponibles, puestos a hacer una tortilla sin-sin, podría haberla hecho de mondas de patata y harina, que estaría mucho más buena.
¿Chuletas?
Pues sí, hay una receta de “chuletas” vegetarianas. Como vimos que utilizaba carnes vegetales, pensamos que picaría una pequeña cantidad para darle más enjundia a la cosa… pero no.

La masa de las chuletas es un puré de guisantes y cebolla rehogados. Claro, esto es una plasta, tiene cero consistencia. Pues le echa unos huevos y pan rallado. Hale, ya tenemos algo que cuaja. La mezcla se pone en “moldes en forma de pequeñas chuletas“, que no sabemos si son moldes redondeados largos o redondos, pero algo así. Y se rellenan con pasta de guisantes, que no sabemos de dónde la saca (¿del puré anterior se aparta alguna cantidad?), y al horno con manteca de coco por encima.
Y eso sería todo, para servir se desmoldan y se colocan “con el mayor gusto” en una fuente con salsa “aromatizada perfectamente con zumo de limón”.
Nosotros habríamos hecho las “chuletas” cortando alguna de las carnes vegetales en rodajas y dorándolas a la sartén con aceite o manteca de coco y alguna hierba “permitida”, y al final un chorrín de salsa de soja. Después lo serviríamos también con el mayor gusto con menestra de verduras y la misma salsa.
O las habríamos formado con avena, igual que hicimos con estas hamburguesas. O mezcla de avena y harina de legumbre. O carne vegetal picada + avena + legumbre… Vamos, que nos es difícil pensar en algo tan soso, solo se nos ocurren cosas super sabrosas y gochas 😎.
Repertorio limitado
Si nos fijamos bien en las recetas, tenemos sopas, purés, suflés-tartas y “otros”. Muchos de los platos principales comienzan rehogando o dorando ingredientes que después se mezclan con huevo y se cuajan al horno, por lo que la preparación final resulta ser una especie de quiche-suflé.
Las sopas y los purés, como hemos comentado antes, rezuman monotonía y pobreza de espíritu. Ponle algo más sabroso, hombre, que algunos parecen agua sucia.
¿Y los postres?
Se podrían clasificar en arroces con leche, puddings y flanes y “mixtos”. Como ejemplo de “mixtos” o “varios”:

O sea, que cogemos una lata de maíz, la cocemos con leche con azúcar y limón, y después ese caldillo, con todo el maíz en el fondo, lo ponemos en un recipiente con fresas.
Pero la cosa no acaba aquí
¡Claro que no! El libro fue un éxito por mucho que lo critiquemos ahora, y en las sucesivas ediciones el señor Doménech lo fue corrigiendo y ampliando.
En la tercera edición, de 1925, añade unas líneas más al principio, hablando de “conceptos higiénicos del perfecto vegetariano” (masticar bien, por ejemplo), y una curiosa receta de pastelillos de cacao, destinada a “toda ama de casa” en la que sí se especifican tanto ingredientes como cantidades, y que pasa perfectamente por una receta moderna. Hay más recetas y secciones nuevas de cocidos vegetarianos, ensaladas, “complementos” (picatostes, migas, churros), “la cocina de los enfermos” y tisanas.
Hay que aplaudirle por ir mejorando el libro con cada edición.

La 4ª edición, de 1941, es muchísimo más completa y ya contiene ilustraciones y láminas, un lujazo. Puedes cotillearla un poco en esta venta de TodoColección. Nosotros no tenemos esta edición para poder hacer una comparativa, pero solo con lo que se ve ahí ya se nota mucho más útil y, seguramente, sabroso ;).
Si quieres consultar alguna de las ediciones, están en la Biblioteca Nacional y en alguna que otra biblioteca. Puedes buscarlo en WorldCat y en el catálogo colectivo de bibliotecas públicas.